SONIA R. FIDES
EL AIRE NO HACE NEGOCIO ESTA TARDE EN MIS VENTANAS
Hace calor,
como si no hubiera hecho calor nunca,
como si no fuese a hacer calor jamás.
Los pasos ensayan coreografías
bajo la sombra de las flores
y el aire no hace negocio esta tarde en mis ventanas.
La tierra
no sabe pronunciar las vocales que forman la tormenta.
Los árboles no pagaron el alquiler del viento,
son niños paralíticos de cintura para arriba.
Sigue estático el paisaje.
Inertes sus extremidades inferiores,
reciben el masaje de las corrientes subterráneas,
pero sigue siendo el silencio el jergón del verbo adocenado .
Me dejo lamer por la siesta,
acojo la naturalidad con que relata el drama:
ya no me conformo con nada.
Ahora quiero un cielo que no tenga que dibujar con cuatro trazos,
un azul que no haya sido inventado,
que no aparezca en las cartas de colores de las tiendas de barrio.
Pero no es suficiente el deseo,
se escurre entre mis dedos la silueta de un idioma helado
y no tengo paciencia para esperar a su deshielo.
La muerte bucea en el paisaje
y asoma la cabeza para contarme
que la poesía no es más que una casualidad de la palabra.
Lástima que hoy,
para las descendientes de Marilyn Monroe,
no vendan ni palabras ni casualidades.
Hace calor,
como si no hubiera hecho calor nunca,
como si no fuese a hacer calor jamás.
Los pasos ensayan coreografías
bajo la sombra de las flores
y el aire no hace negocio esta tarde en mis ventanas.
La tierra
no sabe pronunciar las vocales que forman la tormenta.
Los árboles no pagaron el alquiler del viento,
son niños paralíticos de cintura para arriba.
Sigue estático el paisaje.
Inertes sus extremidades inferiores,
reciben el masaje de las corrientes subterráneas,
pero sigue siendo el silencio el jergón del verbo adocenado .
Me dejo lamer por la siesta,
acojo la naturalidad con que relata el drama:
ya no me conformo con nada.
Ahora quiero un cielo que no tenga que dibujar con cuatro trazos,
un azul que no haya sido inventado,
que no aparezca en las cartas de colores de las tiendas de barrio.
Pero no es suficiente el deseo,
se escurre entre mis dedos la silueta de un idioma helado
y no tengo paciencia para esperar a su deshielo.
La muerte bucea en el paisaje
y asoma la cabeza para contarme
que la poesía no es más que una casualidad de la palabra.
Lástima que hoy,
para las descendientes de Marilyn Monroe,
no vendan ni palabras ni casualidades.
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